Primeros cementerios de Puerto Rico
Los entierros en Puerto Rico se llevaban a cabo en el interior de las iglesias o aledaño a estas hasta finales del siglo XVIII. Según los historiadores, como en el resto de América el lugar donde fuera colocado el cuerpo también respondía al lugar que ocupara en la sociedad el fallecido. Así los miembros del clero, los dirigentes políticos, los militares de alto rango y los ciudadanos adinerados se enterraban cerca del altar, bajo la nave central o en las capillas, mientras que el resto de la población encontraba espacio en lugares menos destacados del templo o en el camposanto cercano a la iglesia.
En San Juan, por ejemplo, se enterraron miles de ciudadanos en la Iglesia de San José y en el solar que ocupa la Plaza del mismo nombre. Lo mismo sucedió en la Catedral, cuyos cementerios estuvieron en el estacionamiento actual y en el solar que ocupa la antigua Diputación Provincial.
En algunas ciudades del continente europeo se enterraron tantas personas dentro y alrededor de los templos que el hedor era insoportable. Como consecuencia, el Rey de España emitió en 1789 una Real Cédula prohibiendo los enterramientos en los templos y ordenando la construcción de cementerios fuera del núcleo urbano. La oposición del clero y de la población logró que se ignorara esta orden y otra similar de 1804.
La construcción de los nuevos camposantos en Puerto Rico comenzó en 1814 a raíz de un Real Decreto que daba treinta días para que se identificara un lugar y comenzara a usarse como cementerio.
Como consecuencia del crecimiento poblacional, los primeros camposantos construidos a las afueras del núcleo urbano se llenaron y quedaron nuevamente cerca de la población, lo que requirió otra vez la construcción de cementerios nuevos.
Por ejemplo, en Mayagüez, el primer cementerio lejos de la iglesia estuvo en el solar que hoy ocupa el Hospital San Antonio, el segundo donde está el Asilo Municipal y el tercero es el actual cementerio viejo.
En muchos otros pueblos, los cementerios antiguos fueron destruidos para dar paso a viviendas, escuelas, hospitales y edificios públicos. En algunos casos los solares pasaron a manos privadas. Un puñado de familias mudó sus panteones al próximo cementerio, pero la mayoría de las antiguas cruces, lápidas y monumentos se perdieron.