El cemí de nuestros taínos
Hasta nuestros días llegan cemíes de diferentes materiales, desde la madera, la cerámica hasta las fibras textiles. Pero para los indios taínos, un cemí no era solo un objeto que representaba a un dios; era en sí una deidad, un espíritu ancestral o de la naturaleza.
De acuerdo a sus creencias, los cemíes tenían el poder de controlar las fuerzas de la naturaleza, intervenir en asuntos humanos y predecir el futuro. Por ello se le ofrendaban cosechas y ayunos prolongados.
Los caciques, además de gobernar sus yucayeques, también dirigían ceremonias religiosas, donde se comunicaban con los cemíes a través del ritual de la cohoba. La práctica consistía en aspirar por la nariz los polvos alucinógenos de la semilla del árbol de cojóbana. Esta vía abierta de comunicación con los dioses para recibir su guía, reafirmaba la autoridad de los caciques ante la comunidad.
Por lo general, todos los taínos tenían algún cemí entre sus pertenencias, y mientras más poderoso fuera este, más poder le concedía a la persona que lo poseyera. Por tanto, el cacique tenía los cemíes más importantes en su yucayeque.
Este hecho explica el intento de robo entre los caciques de sus respectivos cemíes, lo cual podía desencadenar en un conflicto mayor como la guerra entre diferentes yucayeques.