El Davilita de la música puertorriqueña
Pedro Secundino Ortiz Dávila (Puerto Rico, 1912 – 1986) Consagrado intérprete, declarado en 1970 como el Cantante Nacional de Puerto Rico. Pasó a la historia como el más importante intérprete del legado autoral de Rafael Hernández y, junto a Daniel Santos, del de Pedro Flores.
Davilita, como era conocido, fue de origen muy humilde. Su padre Pedro Dávila Tirado, era carpintero y su madre, Ana Ortiz Ortiz, empleada de una tabaquería.
Primeros años de aprendizaje
A la edad de diez años se matriculó en la Academia de Música de Bayamón, donde adiestraban a quienes integrarían la Banda Municipal. Allí aprendió Solfeo y a ejecutar el flautín y el bombardino, siendo discípulo de los profesores Eleuterio «Tello» Meléndez y Ángel Costoso.
Sin embargo, siempre prefirió cantar. La primera y mayor influencia en su desarrollo como vocalista fue el Trío Borinquen, de Rafael Hernández, a cuya trayectoria artística se vincularía unos años después.
A la edad de 15 años se reunió con su madre en Nueva York, pues hasta ese momento estuvo viviendo con su padre en Puerto Rico. Durante aquellas fechas aprendió a acompañarse a la guitarra de manera autodidáctica. También compuso su primera canción: el tango “El leproso” (1928).
El despegue en el mundo de la música
Al año siguiente creó su primer conjunto junto a Johnny Rodríguez: el Quinteto Junior, frente al que amenizaban cumpleaños, bautizos y festejos familiares similares. Aquella agrupación no duró mucho tiempo, porque Johnny regresó a Puerto Rico.
El 19 de julio de 1931, por fin, recibió su ansiada oportunidad de grabar como solista con el Sexteto Flores. Dos meses después, grabó el que se convirtió en el primer éxito del grupo en su voz: el bolero “Contigo”, formando dueto con el también guitarrista Enrique «Borrachito» Rodríguez.
Al reverso de aquella placa aparecía el titulado “Nieves”. A partir de entonces y, hasta 1935, los éxitos se sucederían unos tras otros: “Celos”, “Dávila sonriendo”, “Nene”, “Palomita” y “Vete” (1932); “Adorada ilusión” y “Blancas azucenas”; “Carmelita”, “Martita” y “Yo no puedo”; “Linda”, “Sin bandera”, “Ciego de amor” y “Dame tu amor”.
Sin embargo, meses antes de concluir aquel primer ciclo con el Sexteto Flores (1934), Davilita se había incorporado a la orquesta del virtuoso flautista cubano Alberto Socarrás.
En 1935 fue contratado por el trompetista Augusto Coén como principal vocalista de la orquesta que estaba organizando para amenizar los bailes del Carlton Hall, localizado entre la Calle 111 y la Quinta Avenida.
En 1937 reanudó su actividad en los estudios de grabación con el Sexteto Flores. Se estima que, como primera voz de esta agrupación llegó a registrar no menos de 400 melodías, la inmensa mayoría compuestas por don Pedro.
Ausencias de los escenarios
Durante el período 1939 – 1949, la carrera artística de Davilita se caracterizó por sus prolongadas ausencias de los escenarios y los estudios de grabación, consecuencia triste de su crónica adicción alcohólica.
Pero, ya en 1949 estaba de vuelta en la plaza neoyorquina. Aquel año, el trompetista Augusto Coén le propuso participar en algunas de las grabaciones que tenía en agenda para el sello Seeco. Aquellas marcaron su retorno al candelero.
En 1953 se sometió a una operación en las cuerdas vocales en el New York City Hospital, tras lo cual experimentó cierta mejoría. Sin embargo, su voz continuaba proyectándose muy débil.
Aun así, a partir de 1954 su carrera experimentó un nuevo aire, pues formó un dueto con el ya consagrado bolerista Felipe Rodríguez «La Voz» que causó sensación.
Un triste final
El 30 de junio de 1986, encontrándose ya muy enfermo, Davilita salió de su casa y se puso a caminar sin rumbo, pues perdió el sentido de la dirección. Tuvo tan mala suerte que se cayó, fracturándose el cráneo. No logró recuperarse. Fallecería en el Centro Médico de Río Piedras, el 8 de julio.