Las fiestas en Puerto Rico, una tradición ancestral
La historia de Puerto Rico ha estado unida a las celebraciones desde sus primeros habitantes. Según diversos estudios, los pacíficos indígenas que poblaron las Antillas tenían una especial afición a las fiestas. Al llegar el siglo XV, los colonizadores españoles y los esclavos traídos de África enriquecieron esa cultura y ampliaron el caudal de baile y música.
El nombre de Don Miguel de la Torre y Pando tiene también su protagonismo en este espíritu fiestero que prevalece hasta nuestros días. Hacia 1823 este noble señor fue enviado desde España como Capitán General y Gobernador.
Sus propósitos eran impedir los conflictos a toda costa por lo que su estrategia fue instaurar el famoso gobierno de las tres B –Baile, Botella y Baraja– de esta manera aseguraba que «un pueblo entretenido no piensa en rebeliones».
Gracias a él quedó construido el teatro municipal Tapia y durante un buen tiempo se mantuvo la tranquilidad en la Isla. Los boricuas disfrutaron esa libertad para celebrar y se volvió costumbre hacer fiestas patronales, carnavales y grades bailes, a veces hasta sin motivos importantes.
A este gusto por el jolgorio se sumó un creciente interés por la gastronomía internacional. ¿El motivo? Pues durante el gobierno de Don Miguel también floreció el cultivo de la caña de azúcar, lo que a su vez atrajo las más diversas culturas a Puerto Rico, y con ello la sabrosura de sus gastronomías, convirtiéndose así la Isla en un completo centro de entretenimiento.
Luego de la Guerra Hispano-estadounidense el encanto natural de la Isla sedujo a los inversionistas estadounidenses, quienes rápidamente emprendieron la construcción de modernos hoteles, restaurantes y clubes nocturnos.
De este modo, en las noches las posibilidades de diversión resultaban interminables. Eran comunes las fiestas en La Casa de España, El Club Náutico, El Casino de Puerto Rico; o los espectáculos en Ocho Puertas, El Club Caribe y El Club Tropicoro.
Así, después de tantos años de celebraciones por todo y por nada, quedó grabada en la tradición e idiosincrasia del boricua la buena disposición para festejar y hacerlo a lo grande.